viernes, 10 de abril de 2015

EL NIÑO, EL CONEJO Y EL BOSQUE



... Había una vez un niño que se fue a dormir, feliz de ser un niño tan afortunado, durmiendo en su cama blanda, habiendo tomado su leche, y escuchado el cuento que su mamá le contó.
Había una vez un conejo, que se fue a dormir, feliz de ser un conejo tan afortunado, que comió su pasto, saltó en la hierba junto a sus hermanos y se fue a dormir con el beso de su mamá.
Había una vez un bosque triste, que casi ya no podía disfrutar, ocupado siempre en dar vida a los seres que lo habitaban, que, sin embargo, se veían cada vez más débiles y desanimados, los colores de las flores eran menos brillantes, el viento soplaba con menos alegría, la tierra estaba seca y arrugada, las crías nacían con menos frecuencia, y el río ya casi no cantaba, los animales estaban enfermos y muchas veces enojados… Todo el bosque estaba sufriendo.
El niño que se fue a dormir feliz de ser un niño tan afortunado, despertó suavemente del sueño, y antes de abrir sus ojos sintió el aire que entraba por su nariz, dulce, fresco y liviano, sintió la caricia tierna de un rayito de sol que a penas calentaba, escuchó el trinar juguetón de los pájaros y el correr alegre de un agua. Abrió los ojos de a poquito, ya sabía que no estaba en su casa, no oía la radio con sus noticias matutinas, ni las carreras desajustadas de sus hermanas, ni la voz de su mamá llamando a desayunar, ni la de su padre avisando la hora y el atraso. Sin embargo, se dio cuenta que se sentía tranquilo y confiado, contento y en paz.
Terminó de abrir los ojos y comprobó que efectivamente no era su pieza, no era su casa, no era su cama, no estaban sus cosas… y no pudo abrir la boca para llamar a mamá, no era que tuviera miedo, no, es que estaba totalmente sorprendido, en un lugar que no podía reconocer. Era un bosque, pero no era el bosque triste que acostumbraba ver cuando iba hacia la escuela. Este era un lugar maravilloso, en donde se sentía como cuando mejor se sentía en su casa, que no era todos los días, pero a veces sucedía, cuando todos eran felices al mismo tiempo.
Se levantó, miró, escuchó, sintió y camino. Hasta que se encontró con un conejo. El mismo conejo que se había ido a acostar feliz de ser un conejo tan afortunado. Que también se había despertado sin saber donde estaba pero sintiéndose como en casa, en casa y en familia.
No se si ustedes conocen la telepatía o si la han practicado alguna vez, pero estos dos, conejo y niño, conversaron sin hablar, mirándose supieron que a ambos les había ocurrido lo mismo, se invitaron a jugar y se echaron a correr, entraron al agua, subieron a los árboles y comieron de sus frutos, olieron las flores, y descansaron en la hierba. Conocieron muchos seres dispuestos a jugar y con todos se comunicaron sin hablar. Las aventuras que pasaron no las puedo contar todas aquí, porque sería muy largo de escribir, pero ustedes mismos ya se las pueden imaginar.
Sin saber cómo, en un descanso a los pies de un árbol, se volvieron a dormir. Y despertó cada uno en su cama, en su casa, con su familia, escuchando el ajetreo de cualquier día en la mañana. Trataron de contar lo que les había sucedido, pero todos estaban tan apurados, tan atrasados, tan preocupados por quien sabe qué, que pronto se desanimaron y ya no trataron de decir nada. Guardaron silencio y cada uno partió a sus obligaciones, el conejo al campo, el niño a la escuela.
Caminando iban los dos y de lejos se divisaron y corrieron a encontrarse, pero de pronto se pararon en seco y se miraron fijamente, y al mismo tiempo se dijeron:
- ¡Tú eres el conejo que se come las plantas de mi mamá!
- ¡Tú eres el niño que nos pone trampas con su papá!
Y estaban a punto de tirarse a pelear, uno encima del otro, cuando sintieron la brisa jugar entre ellos, los cariños del sol, el canto risueño de las aves… y recordaron!, recordaron todo, todo ese momento extraordinario vivido en un bosque desconocido y soñado, donde jugaron como hermanos, junto con todos los seres de aquel lugar, sin que nada se interpusiera en su fraternidad. Entonces, ambos relajaron sus hombros de esa postura dura que ponemos cuando vamos a pelear, soltaron sus puños, y su ceño fruncido se volvió suavemente sonrisa y luego risa... y volvieron a correr y a jugar, pero cortito, porque cada uno tenía que llegar a sus quehaceres.
Todo el día se acordaron uno del otro y de los momentos vividos, y de los demás seres que habían conocido en ese bosque especial…
No le contaron a nadie, pero a todos miraron con alegría y respeto, a los niños, a los demás conejos, a las flores, a los árboles, a las personas y a los animales, a la tierra y a las piedras también. Todas y todos les parecían únicos y especiales, y por todos sintieron afecto y gratitud.
A la tarde después de la escuela y del campo, cuando ayudaban en casa a sus familias, todo fue diferente también: las mismas cosas que hacer, pero niño y conejo las hacían con tanto entusiasmo y dedicación que al hacerlas los demás se contagiaban y sumaban su empeño del mismo modo.
Así pasaron los días sin olvidar, porque cada vez que sentían la brisa o el calorcito del sol, cada vez que oían a las aves cantar o a los animales conversar, cada vez que sentían su corazón palpitar, volvían a vivir ese mismo momento de amistad, a sentir esa misma sensación de un momento feliz, de un momento total, que contagia a todos los que están cerca, y a todas las cosas que se hacen así, de ese modo feliz y agradecido.
Lo más extraordinario, sin embargo, es que el bosque triste que había camino a la escuela comenzó a cambiar. Cada vez que el niño y el conejo recordaban su amistad, cada vez que buscaban sentir el calor del sol y ponían atención al canto de las aves, del agua o del viento, una flor florecía en el bosque, un ave conquistaba a su pareja, un nuevo nido era terminado, un olor más intenso se desprendía de la hierba, una flor vestía un color nuevo, o los árboles crecían unos centímetros…

No fue de un día para otro, pero llegó el momento en que, de tanto recordar que eran Hermanos, de tanto sentirse unidos en la armonía de ser parte de un mismo bosque de vida, el bosque triste llego a parecerse al bosque soñado, tanto, que otros conejos y otros niños pudieron también vivir ese mismo sueño y recordar, recordar y saborear la experiencia de pertenecer todos a una misma Familia, y ver transformarse el mundo por efecto de estar más Presente en él.


Luciano y su Mamá 

martes, 10 de febrero de 2015

Como una caracola...


Como una caracola, como una espiral. Una cosa dentro de otra, una situación dentro de otra, un aprendizaje dentro de otro.
Diferentes planos, órbitas, niveles... incluyéndose sucesivamente.
Y nosotros, observadores capaces de alcanzar algunas de esas órbitas sin siquiera noción que se trate de esto, que nosotros mismos estemos al centro de esta multiplicidad,  de esta multidimensionalidad, pero identificados con la órbita más excéntrica.
Tiene sentido y razón entonces como una misma situación puede resultar “favorable” o “desfavorable”, de acuerdo al grado de integración de dimensiones que nos es posible en cada nueva vuelta del espiral.

Recién sintiéndome de un modo que no alcanzaba a distinguir con claridad, más se imponía como una atmósfera todo el rato presente, mientras las lecturas que se iban construyendo ordenaban los acontecimientos caprichosamente, limitada por esa atmósfera en la que me encontraba. Así las cosas en mi, en todo momento eso también se manifestaba más allá de mi intimidad, ese supuesto lugar inaccesible e invisible para el resto. Se pisa el palito estando en esta situación, sobre todo cuando comienza a ganar terreno en la pantalla la sensación corporal, la inquietud e irritabilidad encendiendo el fuego de nuevas y peores interpretaciones...

Ahora estoy a salvo, este es un momento maravilloso, soñado, es tal cuál es, es volver a casa. 
Estoy en casa.
He vuelto, todos podemos volver, por eso he podido volver Yo, a pesar de todo lo que en una órbita anterior pareció verdad, pareció definitivo y me limitó. Vuelvo a empezar, lo que en este caso es también continuar la misma senda esencial, que no tiene interrupción ni desvío.
Esta especie de “desdoblamiento”, de despliegue como de un acordeón, este completo cambio de perspectiva, ocurre a veces de un modo muy especial, delicado, mágico, que se despliega sobre el mérito de la práctica persistente o sobre la oportunidad invaluable de una experiencia inducida por alguna planta enteógena o el regalo de una experiencia natural de expansión de la percepción...  de pronto des-cubres que las cosas están siendo frente a ti como siempre han sido y tú te estás dando cuenta recién ahora, entonces contemplas con amigabilidad todo a tu alrededor, sin perder la capacidad crítica para percibir que en otro plano la inconsistencia continúa existiendo.

Buscar la oportunidad de centrarnos, de recogernos, de volver al centro, de estar en casa, y quedarnos en eso un instante laaaaaargo, nutriéndonos de ese alineamiento, de esa vibración...
Siento mi cuerpo ahora, respiro, miro, saboreo, cierro los ojos y siento, abro los ojos y sigo sintiendo, respirando, recibiendo...

Solo resta Agradecer... y seguir Trabajando.

Paulina  

jueves, 27 de febrero de 2014

El derecho, la obligación y la oportunidad de ser plenamente Humanos


Me encuentro ahora como Ciudadana, como Profesional, como Ser Humano, asumiendo la naturaleza Espiritual que nos es propia, que se encuentra reconocida jurídicamente, a nivel nacional e internacional, a cuyo desarrollo y manifestación tenemos derecho y obligación, puesto que de aquello depende una auténtica Evolución, de la Persona, de la Comunidad, de toda la Humanidad.

El progreso tecnológico que nos deslumbra, no es sino un pálido reflejo de lo que a la especie humana le es posible resolver en su relación con la materia. El sufrimiento humano no puede ser trascendido y alcanzar un auténtico desarrollo evolutivo y la felicidad, sino nos damos a la tarea de recuperar esta dimensión de la Vida Humana, de la Existencia.

Se requiere incluir en nuestra comprensión de Ser Humano, en nuestra vida cotidiana, la dimensión Espiritual, lo que no es en si mismo ninguna novedad, lo relevante es que esto se esté haciendo, ahora mismo, emergiendo en contra de la inercia y la incredulidad. El lenguaje se está recreando para poder decirlo también, leyendo, mostrando, y de ese modo llamar, invitando a cada uno a constatar por si mismo que esto es una realidad... con la misma sorpresa que debe haber sido mirar el cielo desde la novedad de que el planeta giraba alrededor del sol... así parecido es re-conocer que somos más allá de la idea que tenemos acerca de nosotros mismos.

Recuperar la dimensión Espiritual de lo Humano y hacerlo en la experiencia cotidiana, pública y privada (Políticas Públicas para el Desarrollo de la Conciencia), porque sino lo hiciéramos seguiríamos -como hemos estado desde casi siempre- dando vueltas en la misma órbita sin pegar el salto a la siguiente.


Tenemos el Derecho, el Deber, y ahora la oportunidad, de hacer algo dirección a la Conciencia, el que quiera, el que este dispuesto, nada nos lo puede impedir y a nadie se le puede obligar.

Paulina
Febrero 2014

sábado, 22 de febrero de 2014

El rebelde





Independientemente que sea rico o pobre, el rebelde es realmente un emperador porque ha roto las cadenas de los represivos condicionamientos y opiniones de la sociedad. Se ha hecho a sí mismo abrazando todos los colores del arco iris, surgiendo de las raíces oscuras y sin forma de su pasado inconsciente y desarrollando alas para volar en el cielo. Su forma propia de ser es rebelde, no porque este luchando contra alguien o contra algo, sino porque ha descubierto su propia naturaleza verdadera y está determinado a vivir de acuerdo a ella. El águila es su animal espiritual, un mensajero entre la tierra y el cielo. El rebelde nos desafía a ser lo suficientemente valientes como para asumir la responsabilidad de lo que somos y vivir nuestra verdad. Osho Zen